EXPERIENCIAS EXITOSAS


El guardián de las cenizas


Inka Stone es una empresa que fabrica urnas para cremación y otros objetos de mármol. Busca socios para exportar

Hace un mes un correo electrónico llegó a la redacción. Quien lo había escrito decía que se llamaba Bruno Marini y que era el gerente de una pequeña fábrica que elaboraba jarrones para cenizas de cremación hechas con mármol. Que no había un producto como el suyo en el mercado, que tenía un buen negocio entre manos con la visión puesta en una exportación masiva, pero que le hacía falta un socio comercial, alguien que tuviera contactos en el extranjero y que conociera nichos de mercado donde vender las urnas no solo para cenizas de cuerpos humanos, sino incluso para mascotas, porque hay muchos países en los que los servicios de pompas fúnebres para perros y gatos no son vistos como una rareza.

Inka Stone, la empresa de Marini, se constituyó hace más de un año. No fue hasta que conoció a Paul Vásquez --con quien comparte el mando del negocio-- que Marini pensó que en verdad podía competir y ganarse un espacio. Antes había intentado abrirse paso, pero le fue mal. Recuerda que estaba a punto de cerrar su taller en San Juan de Lurigancho y rematar las máquinas cuando un día Vásquez le tocó la puerta interesado en invertir con él. Lo convenció. En total, necesitaron US$20.000 para sacar adelante este proyecto que había nacido en las aulas de un instituto.

EL NEGOCIO ESTÁ AFUERA

"Desde muy joven mi expectativa ha sido llegar a un nivel empresarial en el que pueda cumplir mis sueños, y en la industria grafica hay demasiada competencia". Bruno Marini estaba dedicado desde los 20 años a administrar una imprenta cuando decidió tomar un curso de comercio electrónico, que le enseñara cómo utilizar Internet como herramienta de publicidad de su producción.


Allí, rastreando en la web, vio la oportunidad de las artesanías de mármol. En el Perú existía un recurso natural de alta calidad, ¿pero cómo transformarlo? "Realmente no habíamos tenido ninguna experiencia en mármol, la hemos adquirido en la cancha", dice.
Marini pensó que en países donde la cremación de los muertos fuese tan habitual como sepultarlos encontraría un lugar para vender urnas. Buscó a artesanos y se topó con un sector muy informal. "Me informé y fui ganando experiencia de manera empírica, construyendo máquinas que se rectificaron en el camino". Un año y medio antes de comenzar, Marini fue ganando experiencia en el rubro, calculó el riesgo y luego se lanzó a la piscina. "Cuando comienzas un negocio, nunca vas a saber si te va ir bien o mal. Lo que puedes tener es proyecciones y cálculos, pero la varita mágica del éxito no existe. El riesgo existe en todo negocio, pequeño o grande".

Para hacer las urnas se necesitó un período de entrenamiento. Marini y Vásquez les pagaron a artesanos expertos para que entrenaran a nueva gente. Los empleados de Inka Stone comenzaron de cero, quebrando muchas piezas, ensayando como en un laboratorio en el que equivocarse estaba permitido. Pero ahora ya comprenden los procedimientos y el cuidado que necesita el mármol.

Marini y Vásquez creen que es cuestión de tiempo, de hacer las cosas con calma, para que la empresa despegue. "Necesitamos conseguir a un empresario al que no le tiemble la mano, que tenga la visión y que confíe en nosotros". Ellos creen que es mejor compartir la empresa y tener un porcentaje de las ganancias que no tener nada. Confían en que su negocio no termine reducido a cenizas.

EN PUNTOS

4 En el Perú la industria del mármol mueve más de US$45 millones. Este material se usa principalmente en la fabricación de acabados de construcción.
4Según la Asociación de Exportadores (ÁDEX), en el primer semestre del año pasado la exportación de mármol creció 52% y alcanzó un valor de US$19,6 millones. Estados Unidos tiene el 80% del mercado.

4El precio de fabricación de los jarrones de mármol en Inka Stone es US$35 a partir de 200 unidades. La empresa elabora también otros objetos con mármol de Junín para el mercado local: rodillos para repostería, bases de lámparas, portalapiceros, ceniceros y portarretratos.
 


Adi y Rudolp Dassler: el odio de los hermanos fundadores de Adidas y Puma

 
La historia de dos hermanos fundadores de las dos mayores marcas de indumentaria deportiva del mundo, Adidas y Puma, dos marcas míticas que facturan miles de millones de euros al año (10.000 en el caso de Adidas; 2.300 para Puma) y que hoy en día cuentan con millones de jóvenes consumidores que se personifican con sus ídolos deportivos a través de su vestimenta, es digna de ser retratada en un film. Alemanes, hijos del zapatero Christoph, partidarios del nazismo, comenzaron juntos su carrera empresarial.



De profesión panadero, un joven Adi Dassler comenzó a producir su propio calzado deportivo en la cocina de su madre, después de su vuelta de la Primera Guerra Mundial. Decidió utilizar su apodo y la primera sílaba de su apellido para darle nombre a su gran emprendimiento: Adidas. En 1924, su hermano Rudolf Dassler se sumó al negocio.


Corrían días de 1926. En el interior de la «Gerbüder Dassler Schuhfabrik» los hermanos Adolf y Rudolf confeccionaban zapatillas y pantuflas sin marca. También calzado con clavos para los que gustaban de correr al aire libre con las temperaturas poco auguriosas del invierno alemán. Buena calidad en los materiales, perfecta manufactura, resistencia extrema… Las bondades del calzado Dassler llegaron a oídos de Josef Waitzer, entrenador del equipo alemán de atletismo. Con Adolf (más conocido como Adi) en el papel de artista introvertido, y Rudolf como experto en relaciones públicas, la pareja de hermanos no tardó en comercializar sus productos en la villa olímpica en los Juegos de Berlín de 1936.


Sumado a esto, el advenimiento del nazismo (del cual eran partidarios) supuso una ventaja económica, siendo el deporte utilizado por los nazis como el espejo perfecto para mostrar al mundo la perfección aria. Pero no fue un ario quien se lleve todos los laureles: estos fueron para Jesse Owens, para disgusto de Hitler y su cineasta-propagandista Leni Riefensthal. El atleta negro se colgó al cuello la gloria dorada cuatro veces por delante de muchachos rubios y de mirada azul. La proeza contenía un secreto: Jesse calzaba unas zapatillas de clavos obra de Adi Dassler. La compañía comenzaba a despegar de la mano –y los pies– de un liviano muchachito de Alabama.


El clima entre los hermanos comenzó a ser tenso durante la II Guerra Mundial. Por orden del III Reich, la fábrica de calzado se reconvirtió en taller de tanques y repuestos de lanzamisiles. Adi se libró de empuñar armas para hacerse cargo del bélico rumbo que había tomado su empresa. Rudolf, convencido de la causa nazi y espía de la SS, se unió a las tropas en Sajonia y desde allí escribió una misiva a su hermano llena de afecto: «No dudaré en pedir el cierre de la fábrica para que tengas que asumir una ocupación que te permita jugar a ser jefe y, como deportista de elite que eres, tengas que llevar un arma».


Terminada la guerra, sucedió lo esperable: Rudolf dejó la empresa para crear la suya propia, la competidora Puma. Aquí comienza una batalla comercial inescrupulosa, que roza lo patético por tratarse de dos hermanos. La disputa se extendió más allá de ellos, pasando a hijos y, en la actualidad, nietos de ambos.


Adolf (Adidas) y Rudolf Dassler (Puma) crearon dos emporios de calzado deportivo y patrocinaron a las mejores estrellas del siglo XX. Murió cada uno odiando al otro, quizás convencidos de que era la mejor manera de vivir.


Tras la muerte de Adolf Dassler en 1978, su hijo y su esposa Käthe asumieron la dirección. Adidas se transformó en sociedad anónima en 1989, pero la propiedad se mantuvo en la familia hasta su OPV en 1995.


Bajo la dirección de Rudolf Dassler, PUMA fue una empresa pequeña. Sólo bajo la dirección de su hijo Armin Dassler PUMA llegó a ser la empresa mundialmente conocida que es hoy.


FUENTE http://emprendedoresexitosos.com